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a) Argumentos cosmológicos para llegar a la existencia de Dios

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Los argumentos cosmológicos son aquellos que toman como punto de partida el universo creado, para a través de él llegar al Creador. El universo creado es tan hermoso y tan ordenado, que en él podemos descubrir la huella de su hacedor. El libro de la Sabiduría, capítulo 13, realiza una interesante argumentación de cómo se puede descubrir al creador a través de las criaturas. Dice así el texto sagrado: “Vanos son por naturaleza los hombres que han vivido en la ignorancia de Dios, que de los bienes visibles no fueron capaces de conocer al-que-es, ni al considerar las obras reconocieron a su artífice” (Sab 13, 1). Estos hombres vanos son los que se quedaron contemplando las criaturas, e incluso las divinizaron, siendo incapaces de alzar su vista hacia el creador, pues estas personas “al fuego, al viento, al aire veloz, a la órbita de los astros, o a la violencia de las aguas, o a los luceros del cielo, rectores del cosmos, los tuvieron por dioses” (Sab 13, 2). En esta cita hay una alusión velada a los filósofos griegos de la naturaleza, que ponían el primer principio (arjé) de todas las cosas en algo material. Así, Tales de Mileto decía que el agua era el principio de todas las cosas, mientras que Anaxímenes decía que ese principio era el aire. Empédocles puso el principio en los cuatro elementos (tierra, aire, agua y fuego), y Anaximandro en lo indefinido (en griego, apeiron). Pero ninguno de ellos fue capaz de ir más allá. Y precisamente por eso la Escritura denuncia sus planteamientos diciendo: “Si, fascinados por su belleza, los tomaron por dioses, que sepan cuánto mejor es el Señor de ellos, pues los creó el progenitor de la belleza. Y si se asombraron de su potencia y eficacia, que deduzcan de ellas cuánto más poderoso es el que los formó” (Sab 13, 3-4). De hecho, los grandes científicos, al descubrir la maravilla del cosmos creado en sus estudios e investigaciones, han llegado a la existencia de Dios, que muestra su potencia a través de las criaturas, y es por ello que hoy día la mayoría de los grandes de la ciencia son creyentes en Dios. Pero las grandes mentes pueden aún negarse a aceptar la existencia del creador. Sólo es posible negar la existencia del creador por un acto de la voluntad que contradice lo que sugiere la inteligencia. Es a estos incrédulos a quienes fustiga el texto bíblico cuando dice de ellos: “si fueron capaces de saber tanto, que pudieron escrutar los mundos, ¿cómo no encontraron más pronto a su Señor?” (Sab 13, 9).

El libro de la Sabiduría, en el cenit de su reflexión, toma para sí una argumentación racional, que se parece mucho a la cuarta vía de santo Tomás de Aquino, que luego veremos: “por la grandeza y hermosura de las criaturas se puede contemplar, por analogía, al que las engendró” (Sab 13, 5). Por su parte, san Pablo en la carta a los Romanos hace una argumentación muy similar: “desde la creación del mundo las perfecciones invisibles de Dios –su eterno poder y su divinidad– se han hecho visibles a la inteligencia a través de las cosas creadas” (Rom 1, 20). Aquí se plantea la vía analógica, que consiste en ir desde las criaturas en un camino ascendente hasta el creador, partiendo del principio de que las cosas son imagen y semejanza de quien las hizo. Y si la belleza de lo creado es tan grande, ¿cómo no será la del creador? El texto que acabamos de analizar fue un estímulo para los pensadores cristianos, que buscaron demostrar la existencia de Dios a través del cosmos.

Fue santo Tomás de Aquino (1225-1274) el teólogo católico que sistematizó las famosas cinco vías para llegar a la existencia de Dios, partiendo del universo creado hasta llegar a su origen y fuente (Suma Teológica I, q. 2, a. 3). No nos limitaremos a exponer las vías de santo Tomás, sino que estas vías simplemente nos servirán como base para argumentar con la razón humana que Dios tiene que existir.

En primer lugar tenemos el argumento del movimiento y de la causalidad,

Aunque Tomás de Aquino trata por separado en su Suma Teológica de ambos argumentos, los juntaremos acá en un mismo argumento. Uniremos los argumentos del movimiento y de la causalidad debido a que el argumento del movimiento se basa en el de la causalidad, y entendiendo uno de los dos, podemos entender los dos. Nos quedaremos con la vía de la causalidad. Todos somos testigos de que en el mundo que nos rodea unas cosas son causadas por otras, de que unas cosas son movidas por otras: las plantas vienen de las semillas, las plantas crecen a causa de la tierra fértil, del agua, del sol, etc. Los hijos son causados por los padres, los artefactos por los artífices, y las máquinas y los edificios por sus constructores. Vemos así que todos los efectos tienen una causa. Si queremos llegar a la causa última de todas las cosas, tenemos que ir de causa en causa, hacia atrás. Pero no podemos hacer hacia atrás un elenco de infinitas causas, porque eso repugna a la razón. Tiene que haber entonces una causa última de todas las cosas, que las haya comenzado a causar, pero que ella misma no haya sido causada por nadie. A esa causa última la llamamos Dios.

La tercera vía de santo Tomás es la de lo contingente y lo necesario.

Las cosas contingentes son las que existen, pero pudieron no haber existido, o pueden de algún modo dejar de existir. Podemos decir que todas las cosas de universo material son contingentes, porque hubo un tiempo en que no existían, y porque pueden dejar de existir. Es más, las cosas del universo material pudieron no haber existido, o pudieron haber sido de otro modo. Por eso decimos que son contingentes. Hubo un tiempo en que el sistema solar no existía, ni la tierra, ni el sol, ni la luna. La tierra en que vivimos se formó hace unos cinco mil millones de años. Es más, hasta el universo en que existimos tiene fecha de nacimiento: los astrónomos y los físicos actuales estiman que el universo tiene la edad de unos catorce mil millones de años. Es decir, antes de ese tiempo, el universo no existía. Esto quiere decir que el universo es contingente, porque antes no existía, y porque pudo no haber existido. Pero hay un problema: si todas las cosas que existen, hubo un tiempo en que no existieron, entonces nada existiría actualmente. Si todo fuera contingente, no habría nada que sostuviera a las cosas en el ser. La lógica nos dice que debería haber un ser necesario que no pueda dejar de existir, que tenga por fuerza que existir, que es lo que entendemos por “ser necesario”. Necesario en el sentido filosófico es aquello que tiene que existir, que no puede no existir. Si ese ser necesario no existiera, nada existiría actualmente. Pero el universo natural no es necesario, como hemos visto. Por tanto el ser necesario ha de ser alguien que siempre haya existido, y que no pueda no existir, y cuya existencia no dependa de otro ser. Es el ser que sostiene en la existencia a las cosas contingentes. A ese ser necesario lo llamamos Dios.

La cuarta vía es la de los grados de perfección.

Y la argumentación es la siguiente: en los seres del universo hay seres más perfectos, y seres menos perfectos. Pero todos los seres han recibido la perfección de quien los ha causado. Esto es así porque nadie da lo que no tiene. Todo aquél que transmite una perfección, es porque ya la tiene. Así, los cachorros reciben su perfección de sus progenitores, y los hijos las reciben de sus padres (no sólo en cuanto a patrimonio genético, sino también en lo referente a personalidad, capacidades, etc.). Es decir, todo el que tiene una perfección la ha recibo de alguien que la tiene en más alto grado, o al menos en igual medida. Vemos que en el universo creado hay una cantidad inmensa de perfecciones, que reclaman un ser que se las haya dado, y que tenga por tanto todas esas perfecciones en grado infinito. A ese ser llamamos Dios. La filosofía del ser ha hablado de una noción que explica que los seres reciben perfecciones de otros seres de modo participado. A esto se ha llamado “la participación en el ser”. Esto significa que todos los seres tienen el ser, porque la han recibido de alguien que posee la plenitud del ser. Por eso podemos decir que las criaturas participamos del ser divino, porque hemos recibido el ser de Dios, y es Dios el que nos mantiene en la existencia.

La quinta vía es la más fácil de entender: la del orden en el mundo.

El orden que vemos en las cosas –en una máquina, en una habitación, en una empresa o en una casa– es fruto de un ordenador, es decir, de alguien inteligente que ha puesto orden en las cosas. La lógica humana no acepta que un sistema con un orden tan preciso como una computadora, haya sido producido a partir del caos (palabra griega que significa desorden) por puro azar y casualidad. Lo más racional es que pensemos que algo tan bien acabado como una computadora portátil (un blackberry, una tablet o un smartphone) haya sido diseñado y fabricado por alguien inteligente. Pues bien, el universo, desde tiempos antiquísimos, recibió el nombre de cosmos, palabra griega que significa orden, porque es un sistema sumamente ordenado. El orden en el universo, que se palpa cada vez mejor a medida que avanzan las ciencias experimentales y la física (microfísica y astronomía), reclama la existencia de un ordenador inteligente. Sin la existencia de ese ordenador inteligente sería imposible explicar el mundo en que vivimos. Aunque nadie haya visto al arquitecto, el que contempla una edificación maravillosamente diseñada sabe que existe el arquitecto. Si nos sirven en un restaurant un plato de comida, sabemos que existe el cocinero, aunque nunca lo veamos ni lo conozcamos. El que contempla un universo y una naturaleza tan sabia y tan organizada como la existente, aunque no vea al autor de ella, gracias al sentido común puede afirmar su existencia, puede llegar con la luz de la razón a la existencia de ese ser, al cual todos llamamos Dios.

Written by rsanzcarrera

agosto 8, 2013 a 3:38 pm

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